Historia de Vicálvaro | Capítulo III, El siglo XVI

Más pan

Si bien hubo núcleos que se despoblaron, eso no quiere decir que el conjunto de la zona mermara sus efectivos humanos; al contrario, la tierra de Madrid siguió creciendo en población. A ello contribuye decisivamente el incremento poblacional de la Villa, como consecuencia de la primera instalación de la Corte en ella y, por ende, de cuantos vivían y medraban en el mar revuelto y turbio de la capitalidad: «picapleitos, capigorrones, sopistas, milites licenciados, frailes fundadores de «sucursales», pretendientes de cargos y contratos, celestinas con sus cotos embozados de putillas o tonticoñicos, embaidores de ferias y mercados, timadores y tanguistas, protagonistas del cuento y de la fábula, muñidores de enjuagues y birlibirloques administrativos, tusonas del libre albedrío de los esquinazos y soportales, matuteros del portillo y del visto y no visto...»

En esta colorista descripción de la fauna cortesana se citan los frailes fundadores de sucursales, y efectivamente los hubo con abundancia (¡dieciséis conventos se fundaron en Madrid durante el reinado de Felipe II!). Pero también es cierto que en la tierra de Madrid y en Vicálvaro en concreto, no causaron mayores perjuicios: debieron parasitar la estructura urbana, pero no la agraria. En efecto, ya hemos visto que las principales instituciones religiosas propietarias de tierras en nuestro pueblo tienen fecha de fundación muy anterior a la venida de la Corte; los que llegaron después no significaron apenas nada.

Lo que sí significaron todos estos nuevos habitantes, fue un aumento de la demanda de todo tipo de bienes y, por lo que a nosotros respecta, de pan. El fenómeno, incipiente a finales del siglo XV (como se dijo más atrás) inicia un crecimiento galopante, de modo y manera que los labradores vicalvareños se las veían y deseaban para dar abasto. De estas fechas tenemos la primera noticia del funcionamiento en nuestras tierras de la institución municipal del pósito, cuyas funciones fueron por entonces como las del Servicio Nacional del Trigo y el Banco de Crédito Agrícola de la época actual: almacenaba grano, regulaba el mercado y prestaba simiente.

El 14 de mayo de 1540 se otorgó por el «Concejo, Justicia y Regimiento del lugar de Vicálvaro» (es decir, por el Ayuntamiento) una «escritura de obligación de pagar a la Villa de Madrid 30 fanegas de trigo que ésta le había prestado para subenir [sic] a sus necesidades». En el año 1542 se repitió la operación, pero, previamente, la Villa había pedido la lista de vecinos «que más necesidad tuviesen», porque se daba por supuesto que los principales hacendados y renteros podían salir de apuros, aunque fuera año de mala cosecha.

Los labradores considerados «pobres», es decir, los que ni siquiera podían guardar para sembrar al año siguiente, fueron diez.

Aunque no se puede negar el carácter «social» que tenía el pósito, también es cierto que al Gobierno central le preocupaba más el posible desabastecimiento o, lo que es peor, la especulación con el grano en años de escasez. Para atajar este problema (quizá con relación a la crisis de subsistencias de 1580) estableció el «pan registro», imponiendo a los pueblos de una forma fija y no esporádica, como antes, la obligación para que le suministraran trigo, y a los más próximos pan cocido. El modo como se llevaba a cabo era el siguiente: «Conocida la cantidad de trigo que correspondía suministrar el pueblo, su alcalde, justicia y regimiento la repartiría entre los vecinos. Del reparto daría fe el escribano de cabildo; debería hacerse en la primera quincena de septiembre, recién cogida la cosecha. El grano se guardaría en una cámara o panera especial, sin mezclarlo con ningún otro. Habría dos llaves de la cámara, una en poder del alcalde y otra del regidor más antiguo. Luego se pregonaba quién quería encargarse de panear aquel trigo y llevarlo a la Corte; si no hubiera nadie podría buscarse alguien de otro lugar, con tal que no fuera de los panaderos cosarios de dentro de las cinco leguas que ordinariamente traen pan a esta Corte, porque el proveimiento della, haciéndose por más manos, sea más abundante. Con el dinero procedido de la venta de este pan se pagaría a los que habían suministrado el trigo».

Esta medida y el rigor con el que se llevó a cabo resultaban muy gravosos para la mayoría de los pueblos, porque preferían la venta libre, motivo que multiplicó las peticiones de exención. Vicálvaro era uno de los pueblos que suministraban mayor cantidad de pan, 450 fanegas de pan cocido semanales. Pero para muchos de estos pueblos lo que empezó siendo una obligación gravosa poco a poco se fue convirtiendo en una industria productiva. Así, el 11 de julio de 1750 «teóricamente había 106 pueblos obligados a contribuir por un total de 1.126 fanegas de pan, pero de hecho sólo contribuían siete: Vallecas, Vicálvaro, Barajas, Meco, Ajalvir, Las Rozas y Majadahonda, los demás no traían pan, y si lo trajesen no serviría sino a fabricar su ruina, imposibilitando el despacho la inferior calidad de su pan al que amasaban los tahoneros de la Corte».

Otra de las consecuencias del aumento de demanda de pan, fue la creciente presión sobre las tierras marginales no labradas (las tierras del común y los baldíos); no obstante, el fenómeno, como los otros citados anteriormente, no hizo más que apuntar, siendo en el siglo siguiente cuando hace auténtica explosión. Para servir de ejemplo, damos noticia de dos sentencias de un juez de Términos, el licenciado Durango, dictadas en diciembre de 1526 y enero de 1527. Tratan de dos pagos del extremo occidental de Vicálvaro: el barranco de la Helipa y el arroyo Vallincoso, respectivamente. En ambos casos, el juez dictamina que eran «pasto y abrevadero común y concejil» y condena a descercarlos o arrancar las cepas que habían plantado en ellos.

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