Historia de Vicálvaro | Capítulo V, El siglo XVIII
Para cerrar este apartado citaremos de nuevo el tema de los antiguos baldíos que, si no es novedoso en sí, presenta algunas características propias del siglo. De un lado, la mayor perfección técnica y la mayor abundancia de datos de todo el sistema de administración concejil. De otro, la tendencia, si no a ocupar baldíos (que prácticamente ya no quedaban), sí a consolidar totalmente su posesión de forma «voluntaria» y no por apeos y visitas de los responsables de su administración.
La mejora en la cantidad y la calidad de la documentación administrativa nos permite conocer, con retraso, cómo fue la operación de venta de baldíos del siglo anterior, ya que los apeos son mucho más explícitos y, además, se elaboran en esta época los primeros planos catastrales de nuestro término. Aunque los levantamientos topográficos sólo son de las parcelas propias de la Villa de Madrid, nos proporcionan las primeras imágenes de Vicálvaro.
Durante todo el siglo, la Villa había estado arrendando a diferentes vecinos las tierras del Cuarto de Palacio que no habían sido vendidas; sumaban 77 suertes y 318 fanegas. Normalmente se arrendaban por 9 años y 8 pagas siendo la primera «por Santa María de Agosto del año próximo venidero» y así las siete restantes, siempre, como es lógico, después de cosechado el grano: unos plazos de arriendo y un sistema de pago razonables.
Desde finales del siglo anterior habían ido quedándose con ellas los vecinos que a continuación se citan:
Arrendatario | Superficie | |
Fs | Cel. | |
Aravaca, Francisco | 31 | 10 ½ |
Aravaca, Manuel | 47 | 9 ¾ |
Lara, D. Gerónimo de | 47 | 9 ¾ |
Mayo, Francisco | 31 | 10 ¾ |
Pérez Ramos, Juan | 31 | 10 ½ |
Pérez Sanz, Francisco | 31 | 11 ¾ |
Pintado, Juan | 31 | 10 ½ |
Torronteras, Francisco | 31 | 10 ½ |
Vizcaíno, Diego | 31 | 11 |
(Cel. = celemines = 1⁄12 de fanega.)
Como se puede ver, había un reparto equitativo de lo que le tocaba a cada uno; representaba, en cierta medida, la aspiración ideal que tuvieron los vecinos labradores cuando se rompieron los baldíos y las dehesas y montes. Pero la realidad económica acabó por imponerse y la férrea ley del mercado (en alza, como se dijo) acabó con cualquier vestigio de igualitarismo. En 1748 Wenceslao Aguado, Antonio Sevillano (el que sería alcalde años después) y Dionisio Pérez Aravaca quisieron quedarse con tierras «de las que hicieron dimisión formal sus herederos [de los nueve anteriores] por estar los réditos demasiado subidos». Los susodichos vecinos hicieron una postura (oferta) de 4 reales/fanega y año; pero llegó luego José Uceda y ofreció 5 ½: ¡Una subida del 37,5 por 100! Evidentemente, se las llevó. Y no le debió de ir mal, pues en 1757, al cumplirse el primer plazo de nueve años, pidió seguir en las mismas condiciones. Con ello, los nueve beneficiarios, en lugar de a tres se redujeron a uno solo: buen ejemplo de concentración del poder económico. Porque José Uceda era además (en 1751) el arrendatario de la taberna del pueblo y el tercer contribuyente entre los industriales (detrás de los dos principales tahoneros). De los 5.000 reales que se le calculaban a Uceda de beneficios en la taberna (una vez pagados los 31.175 reales de alquiler anual) tan sólo 1.750 los reinvirtió en el arriendo de nada menos que 300 fanegas. Por mucho que aumentasen las rentas agrícolas, siempre fue más negocio comprar y vender droga (el alcohol es una droga legal) que trabajar la tierra.
En el apeo que se hizo en 1770, sin embargo, ya no estaban solos los Uceda: por lo visto, su hijo Lorenzo no tenía el empuje comercial del padre (o tuvo que pactar con otros vecinos, suponemos que intransigentes ante el prolongado monopolio). Los Sevillanos, en pleno ascenso a finales de este siglo, obtuvieron una parte sustancial; sin embargo, tampoco podemos sacar conclusiones precipitadas de la importancia relativa de unos y otros: las familias más antiguas podían tener más tierras de las que les era posible labrar y por ello no tenían porqué acudir a las ofertas de tierras ajenas a renta.
El reparto de esta época de las Suertes de la Villa fue:
Arrendatario | Superficie | |
Fs | Cel. | |
Lorenzo Uceda | 91 | 10 |
Juan de Aravaca | 91 | 02 |
Antonio Román Perucho | 39 | 08 |
Ignacio Sevillano | 39 | 02 |
Calixto Sevillano | 30 | 04 |
José Sevillano | 7 | 11 |
Juan Pinilla | 24 | 08 |
Laureano Perucho | 11 | 06 |
Si tenemos en cuenta que los dos primeros clasificados eran cuñados (lo de J. Aravaca debería ser la mitad de la herencia de José Uceda, su suegro) y los cuarto, quinto y sexto hermanos, al igual que el tercero y octavo, el cuadro se simplificaría de la siguiente manera:
Herederos de J.Uceda | 180.09 |
Hermanos Sevillano | 97.05 |
Hermanos Perucho | 51.02 |
Juan Pinilla | 24.08 |
En el susodicho apeo, una vez que los técnicos de la villa hubieron deslindado, medido y dibujado las tierras e identificado a los arrendatarios, les salieron ¡405 fanegas!, en lugar de las 313 ó 322 que creían tener. Pero, lo más curioso ocurrió dos años después y la peripecia nos ilustra sobre la aspiración a consolidar la propiedad a la que antes hicimos referencia.
Un 3 de marzo de 1772, domingo, por más señas, se personó Juan de Aravaca ante el escribano de Vicálvaro para denunciarse a sí mismo y a 18 personas más, por estar hurtando a la Villa de Madrid el importe del arriendo de unas tierras que estaban labrando de hecho, pero no de derecho; los funcionarios municipales ni se habían enterado dos años antes.
¿Ataque repentino de civismo? ¿Ganas de molestar a sus vecinos? ¿«O jugamos todos o se rompe la baraja»? ¿«Muera Sansón con los filisteos»? No creemos que ninguna de estas cosas fueran determinantes en la actitud de Juan; no era una delación sin más, de las que le gustaban a la Inquisición, aunque debía de haber un poco de todo lo señalado. Antes bien, es posible que estuviera hablado entre los afectados o parte de ellos: los que no tenían título alguno de pertenencia y querían consolidar jurídicamente el usufructo en precario que estaban disfrutando. Otra prueba más de esto es que uno de los denunciados, Juan Torremocha, además de aceptar la tierra delatada, informó de otra que él mismo llevaba y dijo estar dispuesto a hacer lo que fuera para disfrutarla «en los mismos términos que las labra Lorenzo Uceda» (a censo perpetuo). Aparte de apellidos conocidos, como Mocete, Sanz, Madrid, etc., había entre los 18 codenunciados, otros pequeños campesinos casi desconocidos y, un caso curioso, Antonio Joubert, francés y panadero del Real Sitio de San Fernando, que debió venir con los especialistas contratados para la fábrica de tejidos y que, según se ve, se hizo pronto a las mañas del país.
En cualquier caso, la Villa recobró la posesión y las rentas de otras 165 fanegas, restos del «Cuarto de Palacio» o rotas recientemente, que formaban lo que se llamó «las 27», por contraposición a «las 77» antiguas.
En este apartado hemos citado el conocido tema de los panaderos; parece claro que, salvo el período de funcionamiento de la fábrica de tejidos, esta era la principal industria de Vicálvaro. No obstante, y a pesar de los ingresos que proporcionaba, el monto total de la aportación a la Villa en este capítulo era casi insignificante, en términos relativos.
Aunque el dato es de principios del siglo XIX, parece representar la tónica de finales del XVIII: la harina que entraba en Madrid era sólo un 10,7 por 100 del total del trigo consumido (molido y sin moler) y el pan cocido el 2,9 por 100.
Este exiguo porcentaje (comparado con lo que se cocía en el mismo Madrid) era compartido por Vicálvaro con otra seis aldeas de los alrededores; esto supone, aproximadamente, que un 0,4 por 100 del pan consumido en Madrid se cocía en Vicálvaro.