Historia de Vicálvaro | Capítulo V, El siglo XVIII
El esfuerzo por mejorar el país, típico de la época ilustrada, tuvo su aplicación a numerosos campos. Además de los ya reseñados, queremos completar la imagen con dos aspectos de la proyección agropecuaria: los nuevos plantíos y el cuidado de las cañadas.
- Con respecto a los primeros, sólo disponemos de documentación suficiente respecto a lo ocurrido en Ambroz, aunque también sucedió lo mismo en Vicálvaro, como en tantas otras aldeas, villas y ciudades.
El día de Reyes de 1728 (siendo rey Felipe V y ministro universal José Patiño) el escribano de fechos (18) Juan José Escudero intormó de la plantación en Ambroz de 220 álamos, «en los arroyos de junto al lugar, uno al norte y otro al sur». De testimonios parecidos se dispone para los años 1730, 1731, 1735, 1742, 1749, 1752 y 1757; habiéndose plantado, en total, en los 30 años, unos 1.100 árboles: 36 de media anual, es decir, ocho por vecino. En Vicálvaro sabemos que se plantaron 500 álamos negros en 1748 y, al año siguiente, 1.230 plantas, entre sauces, olmos y álamos.
La duda consiste en si este benemérito esfuerzo, que hasta hoy no tiene parangón, sirvió para algo o no; si el tesón de unos pocos ilustrados no embarrancaría en la desidia general del país. Posiblemente las plantaciones nuevas sólo servían para remediar malamente las marras ocasionadas por la falta de cuidado o la mala fe. En 1856, cuando se desamortizaron los propios, tanto de Ambroz como de Vicálvaro, sólo había en este último 360 árboles (en el arroyo de la Fuente [de los Cinco Caños] y en la de San Juan); hoy no queda ninguno. Para recuperar el atraso desde el siglo XVIII deberíamos plantar ahora un mínimo de 8.000 árboles (para mantener la misma media) y unos 100.000 para llegar a alcanzar la relación árboles/vecino de entonces.
- El interés por las vías pecuarias no procede, a nuestro juicio, del poder político de la Mesta, por fechas ya de capa caída, sino del marco global de mayor interés y eficacia en la marcha general del país. En 1724 comenzó una serie de deslindes de las cañadas que atravesaban nuestro término, que se continuó en 1745, 1759, 1763, 1765, 1775 y 1783.
Se centraron, sobre todo, en la Cañada Real de la Senda Galiana, la única vía pecuaria interregional que atravesaba el término y, en parte, le servía de linde. Las 90 varas de anchura reglamentaria que se fijaron la convertían en una auténtica «autopista», pero, comparado con los miles de fanegas de que disponía antes de la venta de los baldíos era una miseria (19). No obstante, los campesinos colindantes ocuparon trozos de ella año tras año, lo que les permitió entrar en la historia aunque fuese como infractores. Es de suponer que no les daría mucha vergúenza que se publicasen sus nombres, pues todo el mundo lo era. Tal vez, incluso, se enorgullecieran de haber planteado estas minibatallas dentro de la enraizada y secular lucha entre campesinos y ganaderos; fueron Pedro Pinilla, Gerónimo de Aravaca, Isidro, Tomás y Manuel Vizcaíno, Diego Dávila y Melchor de Madrid, que, por cierto, era regidor.
También gracias a estos documentos conocemos a las autoridades locales que velaban (o debían velar) por el cumplimiento de la Ley, aunque, como en el caso anterior, a veces también ellos eran transgresores.
Es de hacer notar la continuada presencia, ocupando cargos, de la familia de los Sevillano: Bernabé, en 1724 fue «tercero en discordia» (es decir, árbitro u hombre bueno) en el contencioso surgido entre el Honrado Concejo de la Mesta y la Hermandad de Labradores de Vallecas; Antonio, alcalde ordinario en 1763; Calixto, comisario de la Mesta en 1775 y don Rafael, alcalde por el Estado Noble en 1783). Obsérvese el «don» con que aparecen al final y el estado al cual pertenecen. Los otrora emigrantes de Canillejas subieron como la espuma, sin que sepamos muy bien cómo. El sobrino del último citado llegó a obtener el título de duque de Sevillano. Tal vez el ser panaderos de la Real Casa les ayudase algo.