Historia de Vicálvaro | Capítulo IV, El siglo XVII

Las ventas de baldíos

A los dos años de la llegada de la Corte a Madrid, en 1608, se empezaron a sentir en Vicálvaro las consecuencias de la generosidad del Concejo madrileño. En esa fecha se despachó una Real Cédula autorizando el arrendamiento hasta 12.500 fanegas de terrenos baldíos para ayudar a la construcción del «Cuarto Real de Palacio». La cédula estaba dirigida al Concejo de la Villa y, entre otras cosas, decía:

«... que quando fuimos servidos de mandar bolver a ella nuestra Casa y Corte, nos ofrecistes de servir con ducientos y cincuenta mil ducados para labrar un Quarto de Nuestra Casa Real para la vivienda de la serenísima Reyna Dª Margarita de Austria, nuestra mui cara, y mui amada Muger, y lo que en esto se gastase, se sacase de Arbitrios dados por esa Villa...

... por lo qual vos damos licencia y facultad... para usar de ciertos arbitrios para lo susodicho por tiempo de seis años cumplidos... en adelante podais arrendar y arrendeis hasta en cantidad de dozemil y quinientas fanegas de tierras valdías desta dicha Villa y su tierra... con que dejeis bastante pasto para los ganados y pasto y abrevadero para los ganados de la Mesta y Cañada Real...

... y todos los maravedíes que dello procediere y se fuere sacando, mandamos se depósite en poder de persona lega, llana y abonada para que de su poder se baia gastando en labrar el dicho Quarto de Casa que no en otra cosa alguna...

... y cumplido el dicho tiempo, no arrendéis más las dichas tierras, sin tener para ello licencia nuestra...»

El carácter restrictivo que parece desprenderse de este texto no es más que puro formulismo, pues las reales licencias y facultades se sucedieron en cascada, análoga a la que vaciaba las reales arcas.

También para la construcción del Buen Retiro se necesitó mucho dinero y los baldíos de Vicálvaro contribuyeron a la construcción de este lugar de entretenimiento que el condeduque proporcionó a su Rey. Al menos, de esto, como de la partida que citamos a continuación, nos quedó algo a los madrileños. Sin embargo, en aquella época no se vio ni una sola ventaja en el asunto. Como era de esperar, el propio Quevedo concretó esta aflicción y este malestar con unos versos:

«Pero no es buena ocasión
que cuando hay tantos desastres
hagan brotar fuentes de agua
cuando corren ríos de sangre.
Desenvainando el alfanje
se mira contra nosotros,
por nuestros pecados graves,
anden haciendo Retiros
y no haciendo soledades»

En 1638 tenemos constancia de que 45 vecinos de Vicálvaro pagaron un total de 1.112 ducados «por los rompimientos que hicieron en las tierras del término de la dicha Villa, aplicados para la labor de las Casas de la Carnicería».

Si le suponemos un precio aproximado de 200-220 reales por fanega, habría supuesto la roturación de unas 60 fanegas de terreno.

Pero la bancarrota continuaba y en 1644-47 (recién caído el conde-duque de Olivares) tuvo su máximo apogeo en Vicálvaro la operación de venta de baldíos. El nuevo valido, su sobrino Luis Méndez de Haro, abrió la mano, pues sabía que el país estaba bastante harto de la férrea política del anterior mandamás; parece que, en su política de agradar a todos, no tuvo especial problema en conseguir tierras a algunos de sus "colegas". En afecto, da las aproximadamente 3.000 fanegas que se roturaron y vendieron o arrendaron durante el siglo XVII, unas 1.800 fueron a parar a manos de políticos y banqueros (unas cuatro o cinco personas), mientras que el resto se repartió entre los vecinos de Vicálvaro y otros, según el cuadro adjunto:

Es interesante observar, de entrada, que F.A. Alarcón consiguió su «bocado» con varios meses de anterioridad al resto de los compradores. Bien puede decirse que «el que parte y reparte, se queda con la mejor parte», pues este buen hombre era, a la sazón, ministro de Hacianda.

No debía tener la conciencia muy tranquila cuando utilizó un hombre de paja para la operación; sin embargo, eso de enriquecerse resultaba coherente con su política. Siendo procurador en Cortes, durante el reinado de Felipe III se atrevió a lanzar esta valiente frase en el debate del proyecto de un nuevo impuesto:

«¿Qué tienen que ver para que cesen las herejías que nosotros paguemos un tributo sobre la harina? ¿Por ventura serán Francia, Flandes e Inglaterra más buenas cuanto España sea más pobre?»

Esta valentía política que podría hacerse equivaler a idealismo parece entrar en contradicción con su aprovechada actitud posterior. Sin embargo, puede no haber tal contradicción: podía representar, en cierta medida, al conjunto del país, desangrado por tanta guerra estúpida y que lo que quería era vivir en paz y prosperar. La diferencia estriba en que mientras Alarcón y otros arribistas lo consiguieron (gracias, entre otras cosas, a la compra de baldíos) , la mayoría del pueblo siguió hundiéndose en la miseria. Á pesar de que hubo muchos vicalvareños de a pie que participaron en esta rapiña, su escasa capacidad financiera y el estilo de cultivo les condujeron, al cabo de pocos años, a una situación peor que la originaria. No obstante, por codicia, por intentar salir de un auténtico ahogo, o por no ser menos, participaron más de setenta vecinos de Vicálvaro y Ambroz, de los 288 que sumaban entre ambos (270 Vicálvaro y 18 el desaparecido vecino del norte). El beneficio indudable no era tanto de cara al futuro (para ganar), sino para consolidar el precario presente (para no perder). En efecto, la Administración legalizaba ocupaciones de tierras que, a menudo, la gente había hecho por sí misma tiempo antes. Por un lado, esto era beneficioso para el labrador: podía adquirir la propiedad o unos tipos de arrendamiento (a censo) que la posibilitaban, a precio razonable. Pero también podía plantarse diciendo que, a partir de ese momento, se veía obligado a pagar, en metálico, por lo que antes había hecho gratis. Se da el caso de que Gerónimo Navarro, un vecino de Vicálvaro, que había roto una tierra, no tuvo ninguna opción de quedarse con ella y se encontró con que debía pagar renta al plutócrata que la había comprado, al cual presentamos a continuación.

Bartolomé de Legasa fue otro de los peces gordos relacionados con este asunto; sabemos de él que fue uno más de lo altos funcionarios aparecidos aquí a consecuencia del establecimiento de la Corte. Sólo podemos documentar la compra hecha por él de veinte fanegas, pero en los deslindes aparece con análoga frecuencia que F. A. de Alarcón, de donde cabe deducir una superficie de tierras parecida.

Debió ser él (o su hijo) el primero en poblar el «desierto oriental» del término de Vicálvaro. Casi un siglo antes que la casa de Tilly, y dos que la, de los: Monteros, aparece, entre los cerros yesosos que se asoman al Jarama y a San Fernando, la casa de Legasa; hoy día se conserva el topónimo, medio perdido, como casa Gasa.

Su interés en invertir en la zona no se circunscribió a las tierras, sino que compró el derecho a cobrar parte de los impuestos reales, otro de los sistemas que empleaba la Corona para obtener liquidez a plazo inmediato. El 23 de julio de 1677 Carlos II expidió un Real Privilegio por el cual, y a cambio de 168.000 maravedíes de plata, podría cobrar los derechos denominados de «1º, 2º, 3º y 4º así como el 1%» correspondientes al término de Ambroz. Se calculó que el monto de estos impuestos sería de unos 12.000 maravedíes al año.

Por cierto que creemos muy ilustrativo exponer completo el encabezamiento del Real Privilegio citado, como expresión del deprimente estado del país en este siglo.

«Don Carlos, por la gracia de Dios, Rey de Castilla, de León, de Aragón [etc.]... bien sabéis que el año de 1621, entro a reinar el Rey mi Señor y mi Padre Don Felipe IV, que Santa Gloria haya, y halló el Patrimonio Real tan exhausto y consumido, por haber sido superiores a las Rentas ordinarias los grandes gastos que fue preciso hacer en tiempos del Sr. Rey D. Felipe III, mi abuelo... y los Sres. Reyes antecesores, en defensa de la fe Católica y la causa pública... la estrechez de la Real Hacienda se ha ido continuando en mayor aumento después de la muerte del Rey, mi Señor y Padre y es preciso e inexcusable para acudir a todos y a lo que de nuevo te ofrece, con la prontitud que conviene para la conservación y defensa de la Religión Católica y de estos mis Reynos y de la causa pública...».

El tercero de los personajes citados, Duarte Fernández de Acosta, fue un banquero portugués, famoso durante el reinado de Felipe IV y, en concreto, el período de valimiento de don Gaspar de Guzmán. A pesar de que los historiadores afirman que su estrella comenzó a decaer en 1643 (con la caída de aquel), fue en 1645 cuando comenzó a formar su imperio vicalvareño que daría lugar, con el tiempo, al más famoso de los mayorazgos de nuestro término: el de Tilly.

Desde 1641, al menos, llevó a censo en estos alrededores 469 fanegas de las que habían sido del Cuarto de Palacio; 451 de ellas estaban en Vicálvaro, Ambroz y unas pocas en Canillejas y Coslada. En 1647, el Estado le debía, en concepto de atrasos, casi cinco millones de maravedíes de plata (un 10% de lo que se debía al conjunto de los asentistas).

Por esa fecha ya se había constituido en principal terrateniente del término, por encima de la propia Villa de Madrid. Representa esto un punto muy significativo en la degeneración de la estructura medieval de la Villa y Tierra: las tierras públicas y concejiles quedan totalmente para uso particular, máxime cuando los propios concejos de Vicálvaro y Ambroz estaban haciendo lo mismo.

En febrero del mismo año obtuvo Duarte Fernández otro Real Privilegio para labrar 149 fanegas más, que no habían pertenecido al antiguo Cuarto de Palacio, ya que 130 de ellas eran espacios de manifiesto uso público dedicados a la ganadería y no precisamente mesteña, sino para los ganados estantes, es decir, fue un robo de pastos a los vecinos de Vicálvaro. Con ello quedó en entredicho la buena voluntad de la Real Cédula de 1608, que conduciría a nuestro territorio por la peligrosísima senda del monocultivo, lo que con el tiempo traería grandes inconvenientes. Dice textualmente el Privilegio: «Que por demás de las dichas tierras, había otras ciento treinta [fanegas] que los vecinos de dicho lugar de Vicálvaro dejaron para Cañada, pretendiendo que la hubo por aquella parte... y sin embargo de dicha pretensión de los dichos vecinos Juan Vizcaino puso las dichas tierras... a precio de Ducientos y veinte rs...».

Es decir, el interés de un roturador en concreto prevaleció sobre el de los vecinos, que querían preservar al menos esa tierra para uso ganadero.

Hubo un cuarto comprador singular, Juan Bautista de Benavente, citado muchas veces en los apeos, y que debió ser el de carácter más manifiestamente especulador, pues pronto desapareció sin dejar rastro. Durante el siglo XVIII, varias de las tierras que la Villa tuvo en arriendo, se definieron como «de la compra de J. B. Benavente».

De las que fueron propios o baldíos de Madrid hay que descontar 21 fanegas, que, por estar perdidas, vendieron los frailes de la Redención de Cautivos (Trinitarios Descalzos) como mostrencas.

Cinco vecinos de Vicálvaro, entre ellos el hidalgo don Gerónimo de Lara, se aprovecharon de este fallo de la burocracia principal y cuando en 1692 se hizo una averiguación sobre el estado general de la operación de los baldíos los regidores se encontraron con un hecho consumado contra el que no quisieron o no pudieron actuar.

El que casi todas estas tierras estuvieran en las inmediaciones de San Cristóbal y La Torre nos lleva de la mano al tema de la roturación de lo que no eran baldíos, sino propios de los concejos locales (montes y dehesas de Vicálvaro y Ambroz). Porque, si los propios de los despoblados pasaban automáticamente a la Villa, sobre los de las aldeas decidían previa autorización del Consejo de Castilla, es decir, del Gobierno.

La Villa ya había permitido la ocupación fáctica del ejido de San Cristóbal (que medía 48 fanegas, un 20 % menos de lo que ocupaba el de La Torre, lo que nos da idea del tamaño que pudo tener el poblado). Los hermanos Aravaca, de Vicálvaro, y Felipe Gómez, de Ambroz, que eran los que lo habían roturado, evidentemente no pudieron presentar títulos de propiedad cuando se les requirió para ello en 1692, pero consiguieron la legalización de la ocupación mediante una limosna de 50 ducados «para las canónicas de Santa María de la Cabeza». Es decir, halagando a los de la Villa por intermedio de la santa esposa de su santo patrón.

No tenemos datos que permitan atestiguar, sin lugar a dudas, que los montes y dehesas fueran roturados en esta época; no obstante, los hemos incluido en el cuadro expuesto anteriormente por estar totalmente convencidos de ello. Nos basamos en dos hechos:

a) La solicitud hecha por el Concejo de Vicálvaro al citado Consejo para roturar la dehesa Nueva, en 1643.

b) El hacho de que en 1692-1770 todos los montes y dehesas ya estaban roturados.

El acuerdo del Concejo pidiendo facultad para romper la Dehesa Nueva, que lleva por fecha el 9 de noviembre de 1643, expone como argumentos de la pretensión:

«Por cuanto este lugar y vecinos estaban muy alcanzados y muchos de ellos imposibilitados de pagar los repartimientos de carros y mulas que están sirviendo hoy a Su Majestad, que Nuestro Señor guarde, en la ciudad de Lérida, en el Reyno de Cataluña y asimismo los padrones de alcabalas y uno por ciento y puentes y aderezos de la Villa de Alcalá de Henares y de la Villa de Carabaña y repartimientos de soldados y otras cosas...».

Es decir, estaban agobiados a impuestos; pero en lugar de protestar, transmitían la contradicción hacia el elemento más débil, el que no podía hablar, aunque quisiera: la dehesa, haciendo bueno el principio de «pan para hoy, hambre para mañana», como más adelante se verá.

Por todo lo anterior, pedían «se rompa y labre una Dehesa que este Concejo tiene y que llaman la Nueva, que está por bajo de este dicho lugar, por tiempo de 10 años..., lo cual dicha dehesa se haga suertes de dos fanegas... como se acostumbra y se arrienden por dicho tiempo a los vecinos».

No hemos encontrado, como se ha dicho, la Real Facultad concediendo permiso para ello, pero es un hecho que se roturó. Por estas fechas, antes o después, se labraron también la dehesa Vieja y el monte, desapareciendo la posibilidad de pastoreo, salvo el rastrojo y los terrenos baldíos del extremo oriental. Todo ello, antes de 1692, pues en esta fecha, el citado comisionado, don José de Noriega, estimó que los papeles de que disponía el Concejo eran título suficiente para «arrendar y usar» todas sus dehesas, incluida la del monte, de lo cual se deduce que en esa fecha o ya lo estaban o empezaban a estarlo.

Resumiendo la operación, diremos que se incrementó en un 56% la superficie labrada del término, llegando a tierras de rendimiento marginal; de este incremento, el 68% fue a manos de terratenientes absentistas; desapareció la posibilidad de autoabastecimiento energético para el laboreo y los vicalvareños no salieron de la miseria. Castilla perdió todas las guerras que emprendió, pero los reyes lo pasaron muy bien en el Retiro. Al menos hoy podemos visitarlo... cogiendo dos autobuses.

Historia de Vicálvaro