Historia de Vicálvaro | Capítulo VII, El siglo XX
El corto espacio de tiempo que media entre el 14 de abril de 1931, en que se proclama la Segunda República Española, y el 18 de julio de 1936, en que estalla la Guerra Civil, está marcado por una vida política muy activa. Las campañas electorales trajeron políticos a los más recónditos lugares en su caza del voto. Vicálvaro fue escenario de sucesivas visitas, entre ellas la del político de la C.E.D.A., Gil Robles, que vino a dar un mitin en el cine situado en la calle del Socorro. La despedida hasta la estación fue muy sonada, llovían frutas y verduras, que hirieron física y moralmente al respetable, pero no respetado don José M.ª Gil Robles.
Antes y durante la Guerra Civil existieron sedes de la C.N.T. y del Partido Socialista. Después de la contienda se instaló la Falange en la plaza, y en la calle Real, la C.N.S. (Confederación Nacional de Sindicatos).
Días antes del levantamiento, en Vicálvaro, el ambiente estaba crispado: el 14 de julio los militares tuvieron que dar protección al cuartel de la Guardia Civil, situado en el pueblo. El día 16, los soldados recibieron orden del coronel de replegarse al cuartel del Regimiento.
El día 17, muchos cuarteles de Madrid se prepararon para el levantamiento contra el Gobierno de la Repúlbica.
El coronel jefe del Regimiento de Artillería Ligera —cuerpo instalado en el acuartelamiento de Vicálvaro desde fines de 1930—, Manuel Thomas Romero, ordena el acuertelamiento, comunicando a los oficiales y suboficiales su intención de sumarse al levantamiento, dejando en libertad para abandonar el cuartel aquellos que no quisieran unirse, postura por la que optaron algunos oficiales y la mayoría de los suboficiales.
El 18 de julio el acuartelamiento de Vicálvaro se unió a los de Getafe, Alcalá y Campamento, apoyando el levantamiento militar iniciado por Franco.
La reacción del pueblo no se hizo esperar y pronto comenzaron a llegar paisanos armados de Vicálvaro y alrededores (Coslada y Vallecas), para oponerse a la sublevación militar. En el cuartel, los soldados se dispusieron rápidamente a ello, instalando ametralladoras en posiciones estratégicas: dos encima del edificio de las oficinas, una en cada esquina del tejado y otra en el extremo del último patio.
El día 19 había fracasado el intento de insurrección en los cuarteles de Getafe, Alcalá y Campamento, que se rindieron a las fuerzas republicanas. En Vicálvaro, mientras, el cuartel seguía cercado por milicianos y guardias de seguridad.
Ese mismo día apareció un avión que atacó el cuartel, lanzado dos bombas, que alcanzaron a un artillero y a un cabo, causándoles a ambos heridas leves. El objetivo del avión fue posiblemente el polvorín, instalado en el primer patio de forma provisional. El ataque aéreo lo repelió el fuego de la ametralladora, que hizo blanco, obligando al avión a retirarse.
El día 20, el coronel Manuel Thomas, al enterarse de la toma del cuartel de la Montaña decidió rendirse. A la 1 de la tarde llegaron los camiones de los guardias de asalto para detener a los responsables de la sublevación y llevarlos a la cárcel Modelo.
A esa misma hora se produjo un nuevo ataque de la aviación, resultando muerto un conductor de uno de los camiones. Mientras, las gentes del pueblo corrían hacia el cerro Almodóvar y las fincas colindantes para protegerse de lo que creían era el comienzo de un bombardeo.
El coronel Manuel Thomas Romero (ver fe de erratas), el teniente coronel Rafael Angulo Varela y el comandante Jesús Alvarez de Villamil fueron detenidos y posteriormente fusilados.
A partir de entonces, las posturas se radicalizaron. Fue quemada y saqueada la iglesia, como en la mayoría de los pueblos. El retablo y la imagen de Santa María la Antigua desaparecieron, así como los archivos parroquiales, un baúl que estaba declarado de interés, bancos y demás imágenes, incluida la de Ntra. Sra. de la Soledad. Todo fue llevado detrás del cementerio para alimentar la gran hoguera que convertiría aquellas reliquias y símbolos en cenizas. Las campanas fueron tiradas a la calle con las verjas que las protegían.
Al tiempo de estos hechos dejó de funcionar la hermandad llamada de la Vera Cruz.
En lo relativo a las monjas del convento, su tranquila vida se vio truncada como la de muchos otros españoles en estos años. Cuando el 16 de febrero de 1936 se celebraron las elecciones que dieron el triunfo al Frente Popular, para que las religiosas pudieran ejercer su derecho al voto, los dirigentes de Acción Católica pusieron a su disposición dos coches y al llegar éstas a la plaza fueron objeto de insultos y burlas. En las calles se sucedían revueltas y la gente estaba muy alborotada, hecho que decidió a las personas allegadas a las religiosas a proteger el convento por temor a que lo incendiaran. Desde aquel día ya no volvió la tranquilidad al edificio; continuamente tiraban piedras contra él, rompían cristales y amenazaban a las religiosas. El día 5 de abril un grupo de personas fue al convento y frente a Su actitud amenazante las treinta religiosas que componían en esta fecha la comunidad tuvieron que abandonar la casa en unos autobuses que había preparado la Guardia de Asalto, que, enterada del suceso, fue a liberarlas. Estos autobuses las trasladaron a Madrid.
Durante la guerra el convento fue convertido en hospital de sangre.
Después de la contienda, sus terrenos fueron malvendidos, comenzando con ello el proceso de especulación del suelo y muy pronto sus grandes huertas quedaron transformadas en una hilera de edificios que forman hoy la denominada calle de la Huerta del Convento.
La guerra no sólo hizo cambiar la vida cotidiana del vecindario, por el hecho en sí de la contienda, sino porque, además, se llevaron a cabo cambios en la estructura económica. Es importante citar la reforma agraria que se realizó con la confiscación de algunas fincas en Ambroz y la Fortuna, en las que se cultivaron cereales y cuyas cosechas se guardaron en la iglesia.
El día 4 de noviembre el presidente del Gobierno republicano, el socialista Largo Caballero, ordenó acantonarse en Vicálvaro y Vallecas a la XI Brigada Internacional, antes de entrar en combate en el frente de Madrid, amenazado por el Ejército del general Franco, que se hallaba a las puertas de la capital. La XI Brigada, organizada en Albacete el 22 de octubre de 1936, estaba compuesta por tres batallones:
Los dos primeros batallones de esta brigada y las columnas de la XII Brigada «Thaelmann» (alemanes) y «Dombroswky» (polacos) se establecieron en el pueblo vecino y en el nuestro. Aquí fueron alojados en la fábrica de Valderrivas, en el cuartel, en Ambroz y en la casa y jardines de la condesa de la Vega del Pozo, hasta que el día 8, requeridos por el comandante Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor de la Defensa, se dirigieron al frente, donde recibirían su bautismo de fuego en la Ciudad Universitaria y puente de los Franceses.
Después de los encarnizados combates de la Casa de Campo y la carretera de La Coruña, la XI Brigada internacional quedó prácticamente deshecha, siendo relevada de sus puestos por la XII.
Del 17 de enero al 6 de febrero del 37 esta última Brigada, reorganizada con los italianos del Garibaldi y los supervivientes del Dombroswky permaneció aquí en reposo, antes de que en los primeros días de febrero diese comienzo la sangrienta batalla del Jarama.
A lo largo de la guerra estas brigadas estuvieron encuadradas en divisiones y cuerpos del ejército popular de la República, uno de los cuales estuvo al mando del comandante Enrique Lister, militante del PCE que en 1932 mantuvo contactos clandestinos en los descampados situados entre Vicálvaro y el cementerio de la Almudena con los soldados comunistas del cuartel de Artillería, de los que se sirvió para introducir información y octavillas propagandísticas en su interior.
La permanencia de combatientes en el pueblo durante toda la guerra fue casi continua y todavía los viejos vicalvareños recuerdan gratamente su estancia y cómo «daban pan, queso y chocolate a niños y mayores».
Otro hecho de importancia relacionado con nuestro barrio fue el siguiente. Al estar el ferrocarril de Valencia amenazado por las fuerzas nacionalistas, se proyectó la construcción de otro que pasara por Ambroz, desviándose de su ruta habitual por ser blanco de los continuos bombardeos que desde el cerro de los Angeles realizaban los nacionalistas. El proyecto fue llamado popularmente de los «Cien días», pues se pensaba terminar en este período de tiempo, pero quedó finalmente inconcluso.
Vicálvaro vivía tiempos difíciles de escasez y penuria, como consecuencia del cerco que las fuerzas nacionalistas impusieron a Madrid. El pueblo entró entonces en una economía de guerra caracterizada entre otras cosas por los impuestos al vino para financiar la construcción de refugios contra la aviación. Se construyeron dos: uno en la plaza, pagado por el Ayuntamiento, y otro, construido por los vecinos, cercano a la calle del Socorro. Ambos se comunicaban.
Aunque el pueblo de Vicálvaro no sufrió ningún bombardeo, su cielo fue escenario de frecuentes combates aéreos y vio abatirse contra su tierra numerosos aviones. Un caza ruso cayó en el cerrillo del camino de Vallecas; otro italiano fue abatido cerca de la actual plaza de la Vicalvarada. El hecho que más transcendencia tuvo fue el de un junker 52 alemán, que fue tocado en el cielo de Atocha y vino a estrellarse en nuestras tierras, muriendo todos sus ocupantes. En este avión viajaba el único comandante de la Legión Condor: Friedrich Haerle, que morirá en la acción, como sus tripulantes: un teniente, dos suboficiales y dos sargentos.
Hasta hace algún tiempo se conservó una lápida (cerca de la estación de ferrocarril) con una inscripción que decía (en alemán):
«Aquí han muerto, el 12-3-39, por una España nacional, los aviadores:
Friedrich Haerle Rudolf Kollenda
Rans Pawelcik Harri Rutner
Walter Lange Hans Schrodel».
Estuvo en el mismo lugar y en buen estado hasta que en el año 1982 se llevaron a cabo las obras de construcción de la carretera de la estación, quedando tirado en la zona. Hoy día se ha recuperado para el futuro museo local.
Aunque, como se ha mencionado anteriormente, el pueblo no fue bombardeado, ni llegó a ser frente, las gentes y el pueblo estuvieron preparados para ello. Se construyeron dos refugios, pero ninguno sirvió porque se inundaban de agua. Las gentes, como medida de precaución, dormían en las bodegas de las casas. A pesar de que el pueblo no fue escenario de combate, en el término de Vicálvaro, se marcó una línea defensiva, vestigio de la cual quedan tres bunkers, dos de ellos derribados en la actualidad al abrirse las canteras de sepiolita.
Los años de guerra fueron difíciles para todos, pero no por ello la gente perdía su talante burlón o sus rutinas. Cuentan que las mujeres disfrazadas de monjas recorrían las calles principales y la plaza organizando alborotos. Los pocos hombres que quedaban en el pueblo seguían reuniéndose en los bares y bodegas de aquel tiempo, de los cuales sólo se conserva el hoy llamado bar Antonio.
A pesar del hecho de que las gentes quisieran relajarse y hasta, de algún modo, olvidarse de la cruda realidad, no por ello, hay que dar la espalda a la objetividad de los hechos, y aunque no llegó el frente a Vicálvaro, la dura represión durante y después de la guerra se dejó sentir, pues hubo víctimas tanto de un bando como de otro. Entre los nacionalistas fusilados citaremos a Nicolás de San Antonio, Nicolás Llorente, Celestino Coronel, Pedro Cano y Gregorio López. Y en el bando republicano a Cándido Martínez, Pedro Moncada, Mateo Conde, Ignacio Sainz y Miguel Belinchón.
Como hecho significativo de lo que ocurrió con muchos hombres, sin distinción de bandos, describiremos el caso del señor Trifón, vecino de Vicálvaro, detenido con cuatro o cinco hombres el 12 de agosto de 1936. Ese mismo día, una sobrina suya fue a comunicarle que estaban deteniendo a gentes con ideología de derechas. Los familiares, alarmados, le aconsejaron que huyera antes de que fuera demasiado tarde. Pero a Trifón no le dio tiempo; estaba cenando, cuando llamaron a la puerta unos cuantos hombres, pidiéndole que les acompañase para hacer unas declaraciones. Trifón fue conducido con otros hombres a las tapias del cementerio de la Almudena. Allí fueron fusilados todos, excepto Trifón, que, gracias a la mala puntería de sus verdugos, logró huir, aunque con una bala en el trasero.
Esta descripción puede ilustrar los enfrentamientos civiles de cualquier lugar de la geografía española, enfrentamientos que en ocasiones tenían un marco ideológico y en otras este marco ideológico era aprovechado para llevar a cabo venganzas personales.
En relación con estos hechos comentaremos que, según testimonio oral de otra vecina, «el señor Romero, con un carro de mulas de su propiedad, iba al cementerio de la Almudena, recogía a los fusilados y los traía al cementerio de Vicálvaro para enterrarlos».
El fantasma de la guerra siguió latente durante largo tiempo, no sólo en las mentes de las personas, sino también en los hechos que la hacían volver a la memoria y provocaban nuevas desgracias en el pueblo. Así un tranquilo día de agosto de 1939, tres hermanos, Antonio, Julián y Antonio Garrido Huelves (de 11, 9 y 7 años), junto con su amigo Pablo de San Antonio Cumplido, encontraron la muerte al hacer explosión una granada enterrada en la zona en la que luego se construlrían las mil viviendas.