Historia de Vicálvaro | Capítulo VI, El siglo XIX

La Vicalvarada

Todo el siglo XIX estuvo marcado por la conflictividad política debida a la pugna entre liberales y moderados, en un ambiente de corrupción y favoritismo. El arma utilizada en la lucha por el poder sería el pronunciamiento militar.

En junio de 1854 tuvo lugar el conocido con el nombre de «la Vicalvarada», movimiento acaudillado por O'Donnell, general moderado que no aprobaba el gabinete del ministro San Luis.

En un ambiente de conspiración general, el 13 de junio fue la fecha señalada para el levantamiento. El general O'Donnell salió de su escondite de la calle de la Ballesta y se dirigió al lugar de encuentro de los sublevados, Canillejas. Tras esperar inútilmente a la totalidad de las tropas sublevadas, O'Donnell regresó a su escondite.

El Gobierno no tuvo noticias del fracasado golpe, a pesar de ser conocido por muchos, lo que prueba la ineficacia de la policía. Pero un nuevo intento se dio el 28 de ese mismo mes, no sin antes haberse asegurado de su éxito, para lo cual el general Dulce, inspector general de Caballería y uno de los conspiradores convenció a Blaser, ministro de la Guerra, de la necesidad de inspeccionar unas nuevas monturas que había adquirido. Con este fin se concentraron en el campo de Guardias de Corps —donde hoy están los depósitos de agua del canal de Isabel II— los regimientos de Fernesio, Santiago, Almansa, el escuadrón de Cazadores de Granada y un batallón de Infantería del Regimiento del Príncipe. De aquí partieron, al mando del general Dulce, hacia Canillejas donde se encontraba O'Donnell, que les comunicó su intención de sublevarse. Todos aceptaron la proposición, a excepción del conde de la Cimera y de su hijo, que regresaron a Madrid.

De Canillejas se dirigieron a Torrejón de Ardoz y a Alcalá de Henares, donde se les unieron más regimientos.

Mientras tanto, el Gobierno, ya informado por el conde de la Cimera, avisó a la reina Isabel II, que se encontraba en Aranjuez. La reina regreso a Madrid con el fin de comprobar la fidelidad de las tropas.

El 30 de junio los sublevados llegaron a Vicálvaro. En el cuartel el general O'Donnell se reunió con otros mandos para estudiar la acción contra las fuerzas del Gobierno.

El encuentro armado de las tropas rebeldes —que contaban con 1.000 caballos y 800 infantes— con las del Gobierno —4.500 hombres y 20 piezas de artillería y 500 caballos— se produjo en los campos de Vicálvaro.

Benito Pérez Galdós; escritor de este siglo nos describe la batalla:

«Entró la caballería en Torrejón, después la infantería y voluntarios, luego el Estado Mayor General, escoltado por una sección de coraceros [...] el descanso en Torrejón fue brevísimo. Salieron las tropas en dos divisiones: la una, mandada por Dulce, siguió por el camino real, con órdenes de llegar hasta Canillejas para hacer un reconocimiento; la otra, con O'Donnell al frente, tomó la dirección de Vicálvaro.

Apenas entraron en Vicálvaro las tropas sublevadas, corrió la voz de que estaban a la vista las del Gobierno. Expectación, toques de mando, movimiento. Era una falsa alarma, que se repitió media hora más tarde, cuando los soldados requerían sus alojamiento y olfateaban las humeantes cocinas. Por fin, cerca de las tres, ya fue indudable que venía el ministro de la Guerra, general Blaser, con Lara, capitán general, y casi toda la guarnición de Madrid. Antes de que viéramos las avanzadas, una bala de cañón, que casi tocó a las tapias del pueblo, fue como el primer grito de guerra. Nube de polvo lejana anunció la caballería del Ejército que el convencionalismo histórico llamada leal. Pronto vimos que la artillería enemiga escogía posición excelente en lo alto de un cerro, detrás de un arroyo. Entendiendo poco de estrategia, parecióme que Blaser no pecaba de tonto. Lo mismo pensaron los de acá, según después supe. Pero ya no podía rehuir el combate en el terreno escogido por los de Madrid. Vi que avanzó el batallón de la Escuela Militar, como en reconocimiento, y sobre ellos vinieron con furia los caballos de Villaviciosa. La batalla estaba empeñada. Híceme cargo del plan de ambos caudillos. El de allá ganaría si desalojaba de la posición de Vicálvaro a los que bien puedo llamar nuestros. Ganarían los sublevados si conseguían tomar de frente los cañones de Blaser.

[...] Dos horas corrieron, y no se veía ventaja en ninguna de las dos partes. Se tiroteaban, se acuchillaban y las ondulaciones de las masas combatientes no determinaban ganancia ni pérdida de los trozos de suelo en que reñían.»

A modo de epitafio, Galdós exclama: «¡Desgraciado pueblo que no esperando nada de la paz, porque en este esceptismo lo mantiene sus gobernantes, lo espera todo de la guerra civil!».

Mientras tanto el pueblo, la gente llana que ve únicamente lo que tiene más cerca de sí opinaba:

«También hay que ver que es gúena la guerra civil, porque en ella fenece toda la granujería de los pueblos. Perdidos, vagos, ladrones: en tiempo de paz no hay quien vos mate. Salta la guerra, y a la guerra os váis como las moscas a la miel. Sois valientes, metéis el pecho de veras. Ahí morís todos, pestilencia.»

Y un vejete medio alelado y paralítico tomó así la palabra: «Esto que vedeis no es guerra mesmamente y de por sí, sino rigolución... Y quien diz rigolución diz dinero en Vicálvaro: la rigolución trai derribo de casas viejas, de conventos y santuarios; rompición de calles, de lo que viene obra mucha de casas nuevas, y vender acá más yeso del que hora vendemos. Ya vedéis la paredez del yeso. Pus como ganen los libres, tendréis en Madril obra de casa. Y aquí el quintal de yeso por las nuebes».

«Al recogido lugar donde yo estaba venían noticias de que iban ganando los libertadores. Los zambombazos de la artillería eran menos frecuentes; hasta me parecieron más lejanos. [...] El día, como de junio, era largo, tan largo, que no acababa nunca, y la victoria no parecía. Liberticidas y liberadores se peleaban sin darse ni quitarse posiciones, ni extremar sus ataques. [...] Al extremo del pueblo donde yo estaba llegaron grupos de paisanos y soldados, sedientos, el polvo pegado al sudor. Nos decían que llevaban ventaja, pero no traían en sus rostros ni en sus palabras el júbilo de la victoria. Entraban en las casas atropelladamente, buscando agua con que aplacar la sed. [...] Con más agua que vino se refrescaban los combatientes; algunos hablaban con poco miramiento de los generales libertadores, que no les habían mandado tomar a pecho descubierto las piezas de artillería. Estas se reíiraban, según dijeron. Blaser y su ejército leal se volvían a Madrid, donde seguramente darían un parte proclamándose vencedores».

El resultado de la batalla no resolvió nada momentáneamente, pero el malestar social creció y provocó la dimisión del ministerio moderado del conde de San Luis el 17 de julio de 1854.

Se abría así el llamado «bienio progresista», dirigido por una coalición de progresistas y vicalvaristas (sector de los moderados), aunque finalmente las diferencias entre ambos harían fracasar la experiencia.

Mientras el país libra una batalla política, Andrés Manresa libró la suya particular con el Ayuntamiento de Madrid. Este personaje era propietario de un melonar situado en el lugar de la batalla, tras la cual quedó destruido, por lo que envió una queja para que se le pagasen los daños ocasionados. Dado su interés anecdótico, transcribimos el escrito que envió al Ayuntamiento de Madrid:

«Ismo. Sr. Presidente y de Ismo. Ayuntamiento de Madrid:

Andrés Manresa de esta Corte que vive en la calle de la Comadre, número 91. Al bajo a vuestra excelencia hace presente que en el día 30 de julio último próximo y en el acto de la gloriosa acción de Vicálvaro a la sazón que las tropas al mando del Sr. general Vistahermosa marchaban a dicho punto, la caballería y artillería de éste arruinó un melonar que el exponente tenía a la orilla del camino que asciende a la Fuente del Berro dejándolo de una manera que daba compasión verle. Así en consecuencia D. Mariano Lau empleado en el Ayuntamiento procedió a la tasación de los perjuicios y lo que pueda asegurar el recurrente es que el apreciador marco 700 plantas o casillas. Desde entonces no volví a tener resultado sobre mi sanción y ahora recurro a vuestra excelencia suplicando se digne tomar en consideración cuanto lleva expuesto y mandar que aunque deba pasar a nueva tasación le indemnice al exponente los daños causados en el indicado melonar debiendo advertir que a consecuencia de tal deterioro no aprovecho nada más dado la favor que espera merecer de vuestra excelencia cuya vida Dios guarde.

Madrid, 25 de octubre de 1854
Andrés Manresa»

La respuesta del Ayuntamiento el 27 de octubre de 1854 fue la siguiente: «Este interesado puede dirigir su reclamación al gobierno de su majestad».

¿Cobraría Andrés Manresa la indemnización pedida o se perdería en los consabidos y acostumbrados papeleos burocráticos?

En 1865 el cuartel pasó a alojar a las tropas de Artillería, que se irán turnando con las de Caballería hasta 1931. En este espacio de tiempo el cuartel sufrió dos graves incendios. El primero, en 1908, se inició en las cocinas y destruyó las aulas y un dormitorio completo, comenzando las obras de reparación al año siguiente; el segundo ocurrió en 1921, ocasionando graves desperfectos; los gastos de las obras ascendieron a 249.430 pesetas.

El 22 de enero de 1831, la comandancia de ingenieros redactó un informe para remodelar el cuartel que había de servir de alojamiento a un Regimiento de Artillería Ligera. En dicho informe se sugiere la pavimentación de las cuadras, reparar los locales cerrados durante el período de ocupación por la caballería, la ampliación de una cocina, etc. Las obras se llevaron a cabo y en ese mismo año se alojó allí el Regimiento de Artillería Ligera.

En cuanto a la actividad fuera del cuartel se sabe que desde 1895 la dehesa de Moratalaz fue utilizada como campo de instrucción del Regimiento. El cuartel de Vicálvaro cursó una solicitud al Ayuntamiento solicitando se construyese un camino a la dehesa de Morátalaz para poder trasladar mejor el material necesario para tales ejercicios. Pero el Ayuntamiento desatendió tal petición, alegando en una sesión ordinaria celebrada el 17 de enero de 1898 que «el camino de que se trata no aparece como tal camino en el catastro del Ayuntamiento, y la dehesa de Moratalaz ha sido siempre un conjunto de tierras laborales, que no ha necesitado camino, sino veredas, y el día que ese cuerpo de Artillería deje de utilizarlo como campo de instrucción, no tendrá aplicación alguna, aparte de no tener el Ayuntamiento atribución para autorizar un camino por terrenos particulares».

En recuerdo de su antigua actividad, todavía hoy existe una calle en Moratalaz que lleva el nombre de Pico de los Artilleros.

Durante la Guerra Civil, 1936-39, el cuartel fue dedicado a centro de descanso y movilización y como cuartel de tránsito y depósito del personal.

Al término de la guerra se alojó el Regimiento que en la actualidad sigue ocupando el cuartel, aunque entonces recibía el nombre de Regimiento de Artillería n.º 11. En 1965 cambió su denominación por la de Regimiento de Artillería de Campaña n.º 11, formado parte del núcleo en Tropas Divisionario de la División Acorazada «Brunete» n.º 1.

En este período se van adquiriendo terrenos colindantes con el cuartel, contruyéndose la colonia de viviendas y la residencia de oficiales y suboficiales.

El 9 de marzo de 1972, por la Instrucción General de la D.A.C. n.* 472-C.6 y previstas las formalidades reglamentarias, se da al acuartelamiento el nombre de «Cuartel Capitán Guiloche», en honor de Enrique Guiloche Bonet que en él había servido en 1901 y 1906 y que encontró la muerte el 18 de julio de 1909 en Sidi Ahmed el Hach, defendiendo las minas del Riff en Melilla.

En la actualidad comparten las dependencias del cuartel de Vicálvaro el Regimiento de Artillería de Campaña (R.A.C.A.) n.1 11 y el grupo de Artillería Antiaérea Ligera de la División.

A día de hoy es una universidad.

Tener en cuenta que este libro es del año 1987

Retrato del capitán Guiloche.

Uno de los parques de Vicálvaro recibe su nombre por este hecho.

Parque de la Vicalvarada

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