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Historia de Vicálvaro | Capítulo II, La edad media

Las dehesas y demás términos del Común

En Vicálvaro, como en la casi totalidad de los lugares de realengo, tierras no labradas y tierras públicas eran conceptos equivalentes. Los espacios públicos, cubiertos de pradera, pastizal, matorral o bosque eran de tres tipos básicos: ejidos, dehesas y baldíos.

Los «ejidos» eran pequeñas superficies de dominio público, anejos a los cascos de los pueblos y, normalmente, de pradera o pastizal. Servían de ensanche para nuevas edificaciones, almacenaje eventual, pastoreo de ganado menor y, a veces, para eras. Las «dehesas», terrenos de los pueblos destinados a pasto, exclusivas de los vecinos de cada uno; la palabra dehesa («defessa») tiene su origen en el latín «defendo» (defender, preservar, proteger) y significa que aquella tierra estaba protegida del acceso de otros ganados que no fueran los locales. Formaban parte, podría decirse, de los bienes que la Villa daba a aquellos que querían independizarse: era equipamiento básico para poder establecerse por su cuenta, es decir, fundar una aldea.

Por eso no extrañaría nada que la Dehesa Vieja se originase en pleno siglo XI o XII, cuando se fundase el pueblo. Lo que es seguro es que la Dehesa Nueva tiene su origen en el siglo XV. Aunque, a decir verdad, sólo podemos estar seguros concediendo crédito sin límites a don Gerónimo de Lara (que fue procurador general de Vicálvaro en 1692, cuando se pidió roturar dicha dehesa). En documento firmado por él, se afirma que entregó a un tal don José de Noriega, funcionario estatal, un lote de documentación en el cual iba incluida una «Real cédula de doña Isabel la Católica concediendo facultad para la Dehesa Nueva». No hemos encontrado rastro de dicha cédula; ahora bien, como una dehesa no se podía instaurar sin este requisito y es obvia la existencia de aquélla, el documento real tuvo que existir también, aunque no se sepa cuál es su fecha.

La localización y el tamaño de ambas los conocemos por la documentación del siglo XIX sobre desamortización; esto es igual que si de una persona no se tuviese otra descripción médica más que la autopsia. Ambas dehesas estaban juntas, como si la Nueva hubiese sido el desarrollo o crecimiento de la Vieja. Es de hacer notar que estaban en la zona endorreica más próxima al pueblo; con ello se conseguían tener las praderas más frescas y efectuar los mínimos desplazamientos.

Hoy día, acostumbrado a ver la Dehesa lalabrada y a que no haya ganado de labor, puede resultar difícil comprender la importancia que tenían en aquellos tiempos las dehesas boyales, como lo fue la vicalvareña. Eran como pozos petrolíferos, de los que se extraía la energía para mover los aperos agrícolas: hierba para los bueyes. Entonces no se dependía de las azarosas y lejanas fuentes del gasóleo para los «tractores».

Ambroz, el desaparecido vecino, tuvo también, ¡cómo no!, mejor suerte que Vicálvaro, en los asuntos burocráticos. En relación con ellos se conserva un documento que, si bien tampoco aclara la fecha de concesión de la dehesa, arroja mucha luz sobre el procedimiento de asignación de éstas. En 1508 el Corregidor elaboró una información por encargo del Consejo (es decir, del Gobierno) sobre la solicitud que había hecho el Concejo de Ambroz sobre delimitación de una dehesa nueva, pues la que tenían era «muy pequeña y en que no pueden caber ni tercia parte del ganado de labor que tienen... e que algunos venden sus ganados de labranca por no tener donde apagentallo... e que los otros demasiados tienen algunas bestias que las tienen acorraladas en sus casas por no tener donde traellas...».

Relaciona a continuación los labradores propietarios, de un par de bueyes, al menos, que eran veinticinco de un total de cincuenta vecinos. Los más hacendados, con mucho, eran los García, ya citados, pues entre padre e hijo juntaban cinco yuntas, que llegarían a nueve si añadimos las de Francisca García, de seguro también pariente; les seguía otro con cinco pares (cuyo rastro se perdería) y gente cuyo apellido perduraría: Peruchos y Aguados con cuatro pares y los demás con tres, dos o una, dando una media de dos parejas y media por vecino labrador, o sea cinco bocas que alimentar. Y alimentar, necesariamente, con hierba; la introducción de la mula como animal de tiro (y su alimentación a base de cebada) es bastante posterior; con ella cambiaría el porvenir de las dehesas, como se verá.

No consta si les concedieron o no la dehesa, en qué fecha ni dónde estaba, pero cabe pensar que sí y que fue el lote colindante con las «Suertes de la Villa».

La otra gran fuente de energía era las leñas: combustible para los hogares y para la industria (panadería).

Un siglo después, cuando se hicieron las «Relaciones de Felipe Il» se afirma que Vicálvaro era una «tierra falta de leña, que se provén de la leña en el Real de Manzanares». Muchos autores atribuyen el excesivo aprovechamiento forestal de la comarca madrileña al tremendo consumo de leña que tuvo la Villa a partir de su conversión en Corte. Es éste un planteamiento gratificante para los que hacemos hincapié en los inconvenientes de la agobiante presión de Madrid sobre su entorno, pero en verdad, no tenemos pruebas concluyentes al respecto, sino sólo hipótesis.

Es cierto que en el término de Vicálvaro hubo montes pero no sabemos en qué época se talaron. En la citada documentación, presentada por el procurador general en 1692, se decía haber un «Cuaderno de fechas de Concejo [de Vicálvaro] donde consta la propiedad de la Dehesa del Monte de este lugar...». El camino del Monte aparece, por primera vez, en 1481 y el topónimo perdura incluso hoy.

Los «baldíos» eran terrenos sin propietario o, lo que es lo mismo, de todos. Su uso era público tanto para ganaderos estantes como transhumantes y su titularidad, de la Corona, aunque la Villa también era cotitular operativo y, más adelante, tuvo sus más y sus menos con las autoridades estatales. No tenemos descripción de los baldíos en la Edad Media, ni siquiera mucho más adelante; no se apeaban porque no eran ningún predio ni propiedad, sino «el resto»: sus límites o fronteras eran la suma de las lindes de los términos apropiados que los rodeaban.

Sólo a raíz de su venta, en el siglo XVII, se empieza a nombrarlos y localizarlos; con ello podemos. dando marcha atrás en la máquina del tiempo, retrotraernos a la situación medieval; pero sin este esfuerzo de reconstrucción arqueológica no comprenderemos cómo el término de Vicálvaro llegó a ser lo que fue.

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