Historia de Vicálvaro | Capítulo VII, El siglo XX
Hemos podido comprobar en los capítulos anteriores que los aspectos culturales estaban muy arraigados en Vicálvaro; teatro, toros, festejos e incluso cine. En este siglo, concretamente en 1927, se filman dos nuevas películas «El niño de las monjas» y «Currito de la Cruz», ambas tienen por escenario el palacio de la condesa de la Vega del Pozo.
Vicálvaro cuenta con un folklore añejo que desaparece, en gran parte, en este siglo al perder su carácter de pueblo y su autonomía. Las fiestas decaen al ritmo que se va incrementando la población y los nuevos residentes que pueblan Vicálvaro ocupan el barrio más físicamente que emocionalmente, dejando su corazón en los pueblos que abandonaron y a los que retornan para celebrar sus fiestas.
Pero hasta que esto ocurra, hacia los años cincuenta, Vicálvaro había sabido divertirse. Retornemos al pasado y observemos cómo se divertían nuestros vecinos de antaño.
Durante la República existía un centro cultural, cuyo director fue Matías Sanz, donde se impartían clases para enseñar a escribir y a coser a máquina. Otras actividades eran teatro, música, etc., contando además con una estudiantina que amenizaba con sus cantos las calles del pueblo.
Por aquel entonces corrían unas coplillas que, con música de jota, cantaban los mozos y mozas vicalvareños en sus ratos de ocio.
«El pueblo de los ahumaos
yo lo he querido y lo quiero;
en este pueblo nació
la mujer que yo más quiero
hija de padres canteros».«Vicálvaro tiene torre
y también tiene reloj
y también tiene una cuesta
al subir de la estación».
Desde hace mucho tiempo cuenta con una gran afición futbolística; la emocionante liga que se jugaba por los años treinta enfrentaba a los equipos locales: Deportivo Vicálvaro y Arboleda.
Otros lugares de encuentro y convivencia, aún en activo, son las hermandades que, con un matiz religioso, englobaron a muchos vecinos en sus actividades.
La de Nuestra Señora de la Antigua sigue existiendo. Se encargaba de los actos religiosos en la festividad de su patrona, el 15 de agosto. Sufragaba los gastos de decoración de la iglesia que se adornaba con cortinas, mientras que el Ayuntamiento costeaba la música, los deportes y los toros.
Se inauguraban las fiestas el día 14 con el desfile de gigantes y cabezudos que recorrían las calles del pueblo rodeados de niños. Pero anteriormente ya se había celebrado una novena en honor a la Virgen, que reunía a todos los hermanos, fácilmente distinguibles del resto de los fieles, porque lucían en su espalda el escapulario de su hermandad.
La patrona de Vicálvaro ha inspirado varias coplillas en su honor como prueba de la devoción que por ella sienten los lugareños.
«Ántes que principio este lugar tuviera,
antes que en él y por la vez primera
humano corazón a la vida latiera;
antes que sólo cabaña de pastores,
antes que casa de humildes labradores
morada sola de esta tierra fuera;
antes que un Alvar de ti vicus hiciera,
antes la imagen que más antigua hubiera
de la Madre de Dios y Madre mía
Tu Patrona, Vicálvaro, sería».«Mi patrona y Madre mía,
La Antigua, dulce María,
serena, paciente, tierna.
Asunta en la Patria Eterna,
Majestad en blanca nube,
que un coro de ángeles sube
a presencia del Señor.
Ten memoria,
y en la Gloria,
con tu Hijo idolatrado,
haz que un día esté a tu lado,
de sus miserias salvado,
este humilde pecador».
La novena terminaba el 14 de agosto, rezándose ese día por la noche la Salve y realizándose, acto seguido, la quema de los fuegos artificiales y el baile en la plaza.
Cartel de las fiestas, año 1948.
Amanecía el 15, día central de la fiesta. Después del toque de diana que los músicos realizaban por las calles del pueblo, se asistía, luciendo los mejores trajes, a la solemne misa mayor, celebrada al mediodía. Se cantaba a dos voces, por el coro parroquial, resaltando también el panegírico de la Gloriosa Asunción de la Virgen que el sacerdote realizaba desde el púlpito. Terminada la misma, se subía a la plaza donde tenía lugar el baile que comenzaba con ritmo de chotis, pasando por un varlado repertorio sin faltar la raspa, el tiroliro, los tangos, las congas...
Y al caer la tarde: la procesión. La Virgen ascendía y descendía del retablo a la carroza que la transportaba por las calles de Vicálvaro mediante un curioso artilugio que consistía en unos carriles no visibles por el público que semejaba su ascensión por sí misma entre gasas de color azul que simulaban nubes. Esto atraía a muchas personas de los pueblos vecinos, y cuentan que mereció además la visita de la reina Victoria Eugenia, aunque nosotros no lo podamos confirmar.
Una vez que la venerada imagen de Nuestra Señora de la Antigua estaba ya entronizada en la carroza, hacía su tradicional recorrido por la población, siendo escoltada por un piquete y banda de trompetas y tambores del Regimiento de Artillería n.º 11. En 1949, la Virgen estrenó una magnífica carroza adquirida con las aportaciones industriales y vecindario.
Los toros no podían faltar, haciendo acto de presencia el día 16, que amanecía con el desencajonamiento de los novillos; seguidamente el encierro discurría por algunas calles del pueblo, terminando en la plaza, previamente acondicionada con carros y convertida en escenario taurino. Los mozos vicalvareños saltaban a la arena, algunos con improvisados capotes, otros simplemente con su cuerpo, y lidiaban y daban cortes y requiebros a las bravas reses. Este acto tenía gran fama en Madrid por la brutalidad de los encierros, según cuentan nuestros mayores las mujeres llevaban alfileres para pinchar a los hombres e impedir que éstos subieran a los carros.
La mayoría de estas corridas terminaban en tragedia y para atajar este problema se acondicionaba un improvisado hospital en el Ayuntamiento, trayéndose hasta 40 camas del cuartel. Casi todos los años don Antonio de Andrés, del que luego se hablará, tenía que asistir a varios mozos con heridas, incluso mortales, producidas por cornadas. En concreto, en 1952 hubo dos muertos y asistió a nueve heridos graves. Otra cogida desafortunada la sufrió un guardia municipal, Jesús Espolío; tuvo lugar al escaparse un toro del corral del Ayuntamiento que se empleaba como toril.
Encierro en la plaza durante las fiestas patronales del año 1918
En estos actos tan multitudinarios, y dado que el pueblo recibía la visita de los mozos de los alrededores (Canillejas, Torrejón, Coslada, Vallecas...), no podían faltar los carteristas. El último año de toros se detuvo a setenta, teniendo que venir un coche de la DGS (Dirección General de Seguridad) para llevárselos, después de haber sido apresados por la Guardia Civil.
Por la tarde se lidiaban, banderilleaban y eran muertos a estoque estos novillos por valientes matadores ayudados por el puntillero Lorenzo Esteban Garrido («Carnicerito de Vicálvaro»).
Toril situado en la parte posterior del Ayuntamiento, corrida año 1918.
La fiesta taurina, tan arraigada en nuestro pueblo, celebró su última corrida en 1954, dejando un importante vacío en los programas de festejos. Esta mutilación será la primera puntilla que sufrirán las fiestas de Vicálvaro. La anexión por Madrid fue una de sus causas formales; visto desde hoy, no podemos encontrar razones para el optimismo que mostraba la comisión de festejos de 1951, cuyo pregón ofrecemos.
Años más tarde, en 1956, dejó de funcionar el reloj del Ayuntamiento, quizá se paró de aburrimiento al no ver la acostumbrada actividad entre sus viejos muros. Alguien le diagnosticó un ochomenoscinquitis y sólo alguna que otra coplilla refleja su existencia:
«En Vicálvaro no se sabe
que ha pasado,
que se ha parado el reloj
y nadie se ha enterado.»
Otro recuerdo querido por los vicalvareños fue la famosa farola del pueblo, situada en el centro de la plaza y donada por la familia Olive. Las obras de adecuación de la plaza sirvieron para remozar al pueblo, pero pagó un precio muy caro al perder en aquellas obras su legendaria farola, hoy recordada por los que ayer como niños jugaban a su sombra.
«En la plaza de Vicálvaro
han quitado la farola
y han dejado el reloj
que no marca ni las horas.»
Tras este paréntesis sigamos con los festejos. Estaban salpicados de concursos, carreras y demás actividades, como cine, boxeo y otras.
Entre las carreras podemos citar la ciclista, las de burros y de sacos, y entre los concursos el de feos, de peinados, de baile y de canciones, o la elección de Miss Vicálvaro, que se incorporó al programa por primera vez en 1954, y a la que siguió la elección de Reina infantil, concretamente en 1966.
En los años setenta se incorporaron otros concursos, como el de pintura, el de fotografía, del saber, de escaparates..., y la primera edición de una gran Gymkhana humorísticoautomovilista que constituyó un auténtico éxito.
Pero las fiestas de agosto fueron recortando poco a poco sus actividades, resaltando su matiz religioso: la novena, la salve, la misa mayor y la procesión, gracias al ahínco de esta hermandad que recuerda todos los 15 de agosto la devoción de su Patrona.
Aún existe en la actualidad. Los medios económicos que la sustentaban se obtenían a través de una cuota anual que cobraban en las casas de los hermanos, a los que se les daba la tradicional rosquilla de Santa Clara. Otro medio de recaudar fondos eran las subastas públicas celebradas en las fiestas. Consistían en subastar los más diversos géneros donados a la Virgen. En ellas, pujando más alto que los demás, se podían adquirir gallinas, conejos, uvas, jamones... Este acto se llevaba a cabo en el Salón de baile de la Villa, propiedad de don Félix Izquierdo Prado.
Aunque el día de la Virgen del Carmen es el 16 de julio, la fiesta tenía lugar el segundo domingo de septiembre, ya que el pueblo, de carácter eminentemente agrícola, no podía desatender las labores del campo en verano. Aún quedan leves vestigios de esta festividad con la gran quema de rastreros en la plaza del pueblo el segundo sábado por la noche del mes de septiembre.
Pero recordemos sus fiestas de antaño, más familiares que las de agosto. Los actos religiosos, al igual que en las otras festividades, constaban de novena, solemne salve, misa mayor y procesión. Los hermanos lucían en estos actos el escapulario de su congregación. Junto a los religiosos tenían ligar varios actos profanos, como la tradicional subasta, el baile y, cómo no, las afamadas corridas.
Los vecinos esperaban con ilusión la novillada, para volver a sacar sus carros, que tantos sudores les proporcionaban durante el año, y olvidarse de todas sus preocupaciones, aunque sólo fuese por un rato. El cartel anunciando la lidia de las reses lucía en las blancas paredes de las humildes casas de labor como reclamo para el público.
Es una de las más antiguas, datando su creación en el siglo XVI, como ya hemos reflejado. Desapareció durante la Guerra Civil. El único recuerdo que de ella conservan nuestros mayores era la ceremonia que celebraban a la muerte de alguno de sus miembros, rodeando el ataúd con velas montadas en un barquillo.
Dicha hermandad no tenía carácter religioso, sino gremial. Su sede estaba en el Ayuntamiento, constando en acta todas sus reuniones. Su objetivo era mejorar la situación del campo. Se disponía de un fondo de ayudas para las familias en caso de soportar un año de malas cosechas u otros daños.
Disponía de tres guardias de campo cuya misión era cuidar las cosechas.
La financiaban y organizaban las peñas. Sus componentes pagaban cierta cantidad de dinero, y con todo lo recaudado se preparaba una gran merienda, se contrataban organillos, se compraban toros, etc. Estos festejos se celebraban por San Isidro, en la gran arboleda de Ambroz, hoy terreno desértico. Los grandes árboles, que impedían que el sol llegara al suelo se talaron durante la Guerra Civil, utilizándose su madera para fortificaciones.
Eduardo García nació en Vicálvaro, trayendo en sus venas toda la alegría y el cante jondo de nuestra Andalucía. Su apodo, «El Chata», fue el nombre artístico con el que se presentó por los distintos escenarios españoles.
Su trayectoria artística se inició en el teatro Reina Victoria de Madrid, donde se organizó un concurso patrocinado por el bar Niza, el 25 de septiembre de 1925. Su participación fue un poco forzada. Eduardo, que trabajaba en las canteras de Tilly, contaba entonces con treinta años y no le interesaba dedicarse al cante. Fue un amigo suyo, Jesús Pérez Quijano (que luego sería alcalde de Vicálvaro durante la República), quien le apuntó al concurso, sin previo aviso. Allí, esa noche de septiembre, con las localidades (butacas de preferencia, 1 peseta, y entrada general, 50 céntimos), «El Chata» se arrancó por una javera al estilo de la malagueña, cautivando al público, que le concedió el primer premio. Antonio Chacón fue el encargado de entregarle el trofeo, y cuando tuvo delante de sí al «Chata» le comentó: «Muchacho, ¿dónde has oído este cante?». «El Chata» le contestó: «A mi madre, que cantaba por las noches para dormir a sus hijos».
Después de esta bonita experiencia, volvió a su trabajo en las canteras, pero ahora lo compaginaba con el cante. Realizó una gira de cuatro meses por Andalucía, el 25 de julio de 1930 cantó en el cine de «La Rosa», etc. En sus giras le acompañaban su empresario, Carlos Vedinos, y el guitarrista Luis Llance.
Esta es la historia de un vicalvareño convertido en afamado cantaor de flamenco.
Actualmente, el casco antiguo ha perdido su empuje tradicional en las fiestas, reemplazadas por las que se celebran la última semana de junio en el barrio de San Juan o las organizadas por el distrito.
Las asociaciones juveniles tanto parroquiales como vecinales encauzan, hoy por hoy, las actividades del barrio de Vicálvaro, con obras de teatro, deportes e incluso información de cara al barrio a través de emisoras libres, como Antena Vicálvaro, que empezó a emitir en noviembre de 1983 en el 107 de FM, tres veces por semana, los martes, los jueves y viernes de 6,30 a 10,30 horas, desde un pequeño estudio de la Asociación de Vecinos.
En el siglo XX, uno de los personajes más destacables por su labor profesional y carácte humanitario fue el médico del pueblo don Antonio de Andrés, que nació en Madrid el 6 de agosto de 1888. Estudió medicina en la Universidad de Madrid, donde fue alumno de don Santiago Ramón y Cajal. Después de su licenciatura quiso especializarse en cirugía, pero la muerte de su padre y las necesidades de su familia le obligaron a ponerse a trabajar inmediatamente.
Mientras tanto, Vicálvaro vivía una situación dramática: en 1912 sufrió una epidemia de difteria, que diezmó fuertemente a la población infantil: treinta y tres niños murieron.
Las familias afectadas acusaron de estas muertes al entonces médico del pueblo, don Carlos Muñoz del Portillo, por negarse a poner las inyecciones de suero antidiftérico. El enfrentamiento de las gentes del pueblo con el médico llegó a la agresión física: don Eusebio Galeote, afectado por la muerte de su hijo, dio una bofetada al médico, por lo que fue procesado.
Ante estos hechos nueve vecinos decidieron buscar por su cuenta un médico, recurriendo mientras tanto al médico del cuartel.
En este, un guarnicionero les informó que en el hospital de San Carlos existía un médico que había terminado su licenciatura; se trataba de don Antonio de Andrés, quien, tras mutuo acuerdo con los vecinos, decidió venirse a Vicálvaro.
Durante los primeros años se vivió un clima de tensión creado por la existencia de los dos médicos en el pueblo y las circunstancias que rodearon este hecho.
Don Antonio hacía las veces de médico particular de nueve vecinos, pero poco a poco fue ampliando su clientela.
Al cabo de dos años, el Ayuntamiento ofreció el puesto de médico de beneficiencia a don Antonio, reemplazando de ese modo a don Carlos Muñoz.
El nuevo doctor fue haciéndose muy popular por su carácter sencillo y humanitario: atendía a los enfermos sin importarle la hora, ni su condición económica.
Su clientela era tanto de la Beneficiencia como del Seguro de Enfermedad y de una iguala, que antes de la guerra costaba una peseta y después de ella tres pesetas.
Hasta el día de su muerte, en Vicálvaro se le solía ver paseando por las calles, cartera en mano, visitando a sus enfermos, imagen que evocaron los lugareños en la escultura que póstumamente le erigieron.
La muerte le llegó de repente, a los ochenta y cuatro años, un 18 de mayo de 1973. El pueblo le acompañó al cementerio rindiéndole su último adiós.
Dos años después, y mediante una colecta popular, se sufragaron los gastos de la estatua que en su recuerdo fue esculpida por el vicalvareño Laiz Campos y levantada en la plaza del pueblo, que también lleva su nombre, el 13 de junio de 1975, en su base esta inscripción.
«El pueblo de Vicálvaro a don Antonio.»
Estatua del médico D.Antonio de Andrés